El liderazgo cercano de De la Fuente: así construyó una burbuja para la selección | Fútbol | Deportes

Cuando acaba una concentración, Luis de la Fuente envía a todas las personas que han trabajado en ella un mensaje para agradecerles el esfuerzo. Escribe en el grupo de WhatsApp de la expedición, y cuando ve que falta alguien, como el cocinero, o el responsable de seguridad, pide sus números para reconocer también su ayuda. “Es muy detallista con la gente en general”, cuenta una persona de la federación. “Se preocupa mucho por el buen ambiente, por que la gente sume; no solo los futbolistas, también el staff”.

La España que salió el domingo de Oslo clasificada para la Eurocopa de 2024 con dos jornadas de antelación es un equipo armado, sólido, tanto en el campo como fuera. Se trata de una construcción levantada en circunstancias complejísimas sobre los cascotes del desencanto del Mundial de Qatar. De la Fuente se ha empleado con mimo en la formación de un grupo, mientras alrededor se derrumbaba la federación por el caso Rubiales, o se levantaba polvareda por la ausencia de Sergio Ramos, o arreciaban las dudas sobre su idoneidad después de una dura derrota en un mal partido contra Escocia en Glasgow. En las concentraciones, y pese al estruendo de fondo, ha mantenido una burbuja alrededor del grupo, que casi lograba la ficción de vivir en un lugar donde el jaleo no existía.

El técnico riojano, que en junio cumplió 62 años, aterrizó en el banquillo de la selección absoluta sin un pasado en clubes de élite como sus antecesores. Sin esa forma de autoridad, ha hecho buenas sus armas. “Es más humano que autoritario”, resume una fuente de Las Rozas. “Un entrenador contrastado no necesita ganarlos así. Él quiere sentirse imprescindible para ellos”, dice una fuente cercana a un futbolista.

Otra persona con bastante recorrido en la federación cuenta que estos rasgos de su carácter le recuerdan en parte a Vicente del Bosque: “Él sabía de dónde era todo el mundo, y los orígenes le servían para empezar conversaciones. Luis se aprende los nombres de todos, algo que a veces choca a la prensa; pero lo hace con todos”.

En su forma de aproximación al liderazgo, el seleccionador ha encontrado la complicidad del capitán, Álvaro Morata, en particular fuera del campo. “Hace muy bien de capitán”, dice una fuente de la federación, replicando una idea que confirman desde el entorno de varios futbolistas. “Está pendiente de todos, de cualquier trabajador, de todos los chavales…”.

El último al que cautivó fue Bryan Zaragoza. Llegó a la selección el lunes pasado después de solo nueve partidos en Primera y una exhibición contra el Barça con el Granada. La noche antes, aún en Los Cármenes, le dijeron que a la mañana siguiente le esperaban en Las Rozas. Apenas durmió y se subió en el primer tren a la capital. No había estado nunca ni en una prelista, ni había pisado la Ciudad del Fútbol en ninguna de las categorías inferiores. El primer día sorprendió al preguntar a un empleado: “¿Dónde está el campo?”.

Morata estuvo esos días muy pendiente de él, para suavizar el choque de la novedad y asegurarse de que entraba bien en el grupo. También Luis de la Fuente, que tenía claro su plan, como explicó después del debut del extremo del Granada: “Decirle que fuera él mismo. El día que llegó, en el entrenamiento, también esta mañana. Aquí estás por lo que has hecho, haz lo que te ha traído aquí”. Y lo hizo. Desde el primer balón que tocó dio la impresión de que llevaba media vida en la Roja. No ha sido el único.

De la Fuente ha hecho debutar desde marzo a nueve futbolistas, y todos han encajado al instante, empezando por Joselu, que marcó dos goles en Málaga en sus primeros tres minutos con la camiseta de España. Uno de los últimos, Oihan Sancet, marcó también nada más salir. David García, otro de los novatos, describió el domingo el espíritu que encontró en la burbuja: “La gran familia que es este vestuario. Estamos muy unidos, y eso se refleja luego dentro del campo, en cómo compite el equipo, cómo no da un balón por perdido”.

Para el técnico, alcanzar y mantener esa armonía resulta fundamental. “No soporta las malas caras”, dice una fuente de la federación. Ni entre los empleados que le rodean ni entre los futbolistas. Su primera concentración en marzo se produjo después de un clásico que terminó con tensión entre Ceballos y Gavi. Cuando llegaron a Las Rozas, el seleccionador se propuso que se arreglaran, como contó el madridista en una entrevista en Marca: “Nos dijo que habláramos, y es lo que hemos hecho”, dijo. “Está todo solucionado. Lo hemos hablado. Todo lo que pasa en el campo, ahí se queda. Tenemos que ir en la misma dirección. Si el buen ambiente y el buen rollo no funcionan, yo no voy a correr por él y él no va a correr por mí”.

Se toma muy en serio conservar ese equilibrio. Hay jugadores que se han quedado fuera de alguna lista después de que detectara que habían difundido detalles que podían azuzar divisiones. Pone mucho cuidado en la selección de personal, como recordó el domingo: “Conozco muy bien la materia prima, los jugadores que podemos ir incorporando que se adaptan y se integran perfectamente; no solo en el juego, sino en la convivencia. Creo que eso es clave, y ayuda mucho. Vamos a seguir apostando por esos futbolistas”.

“Estos chicos son sus chicos”, dicen en la federación de los jugadores que llama ahora después de tenerlos en las inferiores. Los conoce del campo, y de los pasillos y salones de los hoteles. El sábado explicó lo que significaba eso a partir del caso de Unai Simón: “Le conozco desde que tenía 16 años. Sé lo que me va a dar, y él sabe lo que le voy a pedir”. Esos perfiles han contribuido a que cuaje su liderazgo en el grupo, algo en lo que coinciden en la federación: “Ayuda mucho que no hay una estrella total, salvo quizá Rodri. Son humildes. Muy buenos, pero no son estrellas”.

En el momento que siente que están con él, De la Fuente responde con dedicación. Cuando Oyarzabal estaba lesionado, le llamaba muy a menudo. Como hace ahora también con Asensio. “Otros seleccionadores lo hacían mucho menos”, dicen en la federación.

Cuando Lamine Yamal terminó tocado la jornada anterior a la última convocatoria, De la Fuente quiso que pasara por Las Rozas. No solo porque lo dictara el protocolo, sino por el mimo con el que maneja la integración del chico de 16 años en el proyecto. “Lo más importante es que yo quería hablar con él, y quería que conviviera unas horas con sus compañeros. Y sobre todo quería transmitirle tranquilidad, confianza”. En persona.

El resultado de ese liderazgo cercano, en circunstancias institucionales tan complejas, le ha sorprendido incluso a él, como contó el domingo en Oslo al referirse a sus sensaciones en el banquillo durante el encuentro contra Noruega: “Siempre estoy inquieto. El fútbol no sabes en qué momento te puede sorprender. Pero hoy he estado con más tranquilidad de lo que lo suelo, porque he visto al equipo muy seguro de sí mismo y manejando los tiempos del partido con una lectura perfecta”.

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