Enric González: Identidad nacional | Ideas

Enric González: Identidad nacional |  Ideas
El presidente español Pedro Sánchez con el presidente argentino Alberto Fernández el pasado miércoles en la Casa Rosada de Buenos Aires (Argentina).Juan Ignacio Roncoroni / EFE

Medio mundo se rió o se avergonzó de la sentencia pronunciada por el presidente argentino Alberto Fernández frente al español Pedro Sánchez. Que los mexicanos vienen de los indios; los brasileños, de la selva, y los argentinos, barcos de Europa. Una ironía del mexicano Octavio Paz se simplificó en una canción de Litto Nebbia y de ahí aterrizó, en una cita textual, en los labios presidenciales. El pobre Fernández no ha dejado de pedir disculpas desde el miércoles, e incluso presentó un texto de defensa al Instituto Nacional contra la discriminación, la xenofobia y el racismo.

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En resumen, un episodio bastante ridículo. Este suele ser el final de cualquier incursión en el tormentoso jardín de las identidades y orígenes colectivos, especialmente cuando se trata de los de los demás. ¿Y si dijera ahora que los argentinos muestran cierta propensión a entrar a estos jardines? No estoy diciendo eso, por supuesto.

Si ya es difícil definir el concepto de «identidad» en una persona, imagínese en toda una sociedad. La pulsión identitaria es uno de los efectos colaterales de las construcciones nacionales, pues en ellas es necesario definir de alguna manera cómo “nosotros” debemos distinguirnos de “ellos”, los de otras naciones. Cuanto más reciente es una nación, más graves son los efectos secundarios. Cuanto más nacionalista es la persona que entra en el terreno pantanoso de «nosotros» y «ellos», más absurdos parecen sus argumentos.

Este es un problema al que se enfrentan los poderosos movimientos políticos de identidad de hoy. ¿Cómo definirse a uno mismo colectivamente? Para evitar la vergüenza, la nueva ley de “identidad” tiende a trasladar la carga de la prueba a “ellos”, “otros”, extranjeros, inmigrantes, los que no somos “nosotros”, los que amenazan nuestra supuesta esencia. La xenofobia es el remedio fácil. La cuestión se vuelve más compleja cuando un régimen nacionalista y de identidad toma el poder.

En España tenemos un buen ejemplo con la dictadura de Francisco Franco. Su argumento básico era que la España de Franco era lo contrario de «anti-España», fuera lo que fuese. A partir de ahí, tuvimos que ingresar al abstracto. En las monedas se decía que España era «una, grande y libre». Bien. Pero desde su lanzamiento, el régimen de Franco alcanzó deliciosos niveles de abstracción conceptual. España era «una unidad del destino en lo universal». Desenreda eso.

La identidad a la que se refieren las identidades no es más que recuerdos de la infancia. Como casi todo. El paisaje geográfico y humano con el que se familiarizaron. Por mucho que quieras que este paisaje nunca cambie, tanto cambia. Los grupos humanos cambian constantemente. Los que insisten en que España (o Francia, o Argentina, o Brasil, o cualquier otro país) es blanca, católica y heredera directa de quién sabe quién, sólo tienen que salir a mirar.

En la larga explicación con la que el pobre Fernández trató de salvar las apariencias y dar por resuelto la pifia, terminó diciendo que Argentina es «el resultado de un diálogo entre culturas». Eso no dice mucho, y es lo correcto: cuanto menos hables de un tema tan inefable, mejor.

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