Fanatismo judío ortodoxo | Opinión de Diego Carcedo
En el Israel admirado por su desarrollo y modernidad, convive un amplio sector de la población – alrededor del 12% – que se aferra a sus tradiciones con un fanatismo que no difiere ni un ápice de lo que existía en los tiempos bíblicos más antiguos. Viven en comunidades separadas del resto de la población, visten sus ropas tradicionales y en ocasiones se vuelven agresivas cuando extraños se acercan a sus barrios.
Rechazan a los turistas y sus cámaras, No los alcanza, porque los esquivan frontalmente, ninguno de los cambios de moda y nuevas tecnologías cambian al resto de la sociedad internacional.
Para los visitantes de una ciudad, como Jerusalén, donde existe la más grande, es un atracción turística que odian. Mujeres afeitadas se cubren cuando salen a la calle y son ellos quienes trabajan mientras los hombres pasan la mayor parte de su tiempo debatiendo la Biblia en la Yeshivá o en las escuelas talmúdicas.
Su terquedad para adaptarse a las condiciones de vida actuales es uno de los factores que explican la desastre ocurrido anoche en el monte Merón, en el norte del país. Rechazan al Estado de Israel, no realizan el servicio militar y se rebelan contra las leyes y normas de convivencia más elementales. El sábado, día santo, la policía cierra sus cuarteles para que nadie se atreva a entrar y se exponga a ser recibido con piedras.
Durante la pandemia, Israel a menudo lideró las estadísticas de infección, en gran parte debido a la resistencia de las comunidades ortodoxas a cumplir con estándares preventivos. El porcentaje de muertes en su vecindario en ocasiones ha triplicado al del resto del país. Jueves por la noche, nuevamente desafiando el peligro, varios miles se concentraron como cada año adorar al rabino Shimon Bar Yojai que vivió en el siglo II.
se trata de la festival conocido como Lag Baomer, la noche del fuego. Es su mayor expresión de fervor colectivo y quizás también de placer. Encienden hogueras y pasan las horas hasta el amanecer cantando y bailando. Mientras estaban en medio de una fiesta anoche, se disparó una alarma por temor a una explosión y un disolución que resultó, según los últimos datos, en 44 muertes, seis muy gravemente heridos y ciento medio heridos en diversos grados.
La celebración fue una vez más un ignorar las prohibiciones de promover reuniones y eventos que no se adaptan a las medidas preventivas promulgadas. Los participantes estaban abarrotados y cuando estalló la avalancha se estrellaron. Un grupo que, en medio de una avalancha, persistió en ingresar al recinto donde yacían los restos del venerado rabino, fue aplastado por la multitud que intentaba sumarse a la estampida.