Francisco Montero se estrella en su corrida de toros en Céret | Cultura
Al salir el sol en todo su esplendor, ya casi la una y media de la tarde -la celebración había comenzado a las 11 de la mañana-, el respetuoso silencio de las líneas comenzó a transformarse en suaves silbidos de aburrimiento y decepción. Fue entonces cuando Francisco Montero, que mulaba el quinto becerro de su hazaña taurina en Céret, pareció tirar la toalla y, molesto, se encaminó hacia las mesas en busca de la espada para matar. No pude más.
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Y la audiencia explotó. Algunos, cansados ya de una actuación tan voluntaria como carente de lucidez, empezaron a protestar; mientras que otros, en solidaridad con el niño por su innegable esfuerzo, lo vitoreaban con amorosos aplausos. Montero no pudo contener las lágrimas y, molesto, siguió intentándolo hasta el final. Pero no pudo ser. Después de seis bueyes y casi tres horas de celebración, se fue vacío. Su acto excesivo había sido un fracaso.
Y, todo, a pesar del interesante juego de novillos de diferentes rebaños considerados duros o toristas. Sin dejar nada realmente extraordinario, todos mantuvieron el interés y dieron al joven torero opciones para lucirse. Y así, aplaudiéndolos con distintos grados de intensidad, la afición lo reconoció cuando se entrenaron.
El más completo, pero también el más exigente, fue quizás el segundo, de Concha y Sierra. Un toro con toda su barba, aunque todavía no tiene cuatro años. ¡Qué sucio y serio era! Una ovación de pie lo recibió al salir y otro lo despidió camino al matadero. Bueno sobre el caballo -y muy bien picado- trepó hasta tres veces de largo con alegría, obedeciendo bajo el peto, aunque no ha terminado de empujar o insertar sus riñones.
En el último tercio mostró la casta, con sus correspondientes dificultades, y un viaje corto. Acudió emocionado a las citas de su torero, pero este último, también obstaculizado por un viento muy fuerte que sopló toda la mañana, no pudo más que intentarlo.
La historia se repitió, casi trazada, frente a los demás. Muy limitado artísticamente, Montero puso valor e intención, pero no fue suficiente. Solo unos pocos lanzamientos estimables en el cuarto y quinto recibieron bonnetero, y se pudo salvar una corrida templada y acertada sobre la pitón derecha contra el noble cuarto de Yonnet. La moneda francesa, además, finalmente peleó con dos cuernos porque en primer lugar salió un sombrero para reemplazar al inválido dueño de Saltillo, además, el peor presentado del reseñado sexteto.
YONNET, CONCHA Y SIERRA, DOLORES AGUIRRE, BARCIAL, LOS MAÑOS / MONTERO
Novillos de Yonnet (1º bis y 4º), Concha y Sierra (2º), Dolores Aguirre (3º), Barcial (5º) y Los Maños (6º), en general bien presentados, especialmente los de Concha y Sierra, Dolores Aguirre y Barcial, e interesante juego. Nobles, aunque de poca transmisión los de Yonnet; valiente y exigente la de Concha y Sierra; con castidad y movilidad, pero solo a la fuerza y gazapon la de Dolores Aguirre; noble y bravuconería sobre el caballo el de Barcial, premiado con la vuelta al ruedo; e incrustado y repetitivo el de Los Maños. Se llevaron un total de 17 palos.
Francisco Montero: raja corta (palmas); _ advertencia de estocada trasera (silencio); estocada hacia adelante caído y estocada un poco hacia adelante (silencio); _aviso_ de espada pescuecero y dos absurdos (silencio); cuatro pinchazos de advertencia y estocada caída (silencio); Hendidura en la parte delantera, cruzada y ligeramente perpendicular _ advertencia_ y un anillo (palmas separadas);
Arena Ceret. Domingo 18 de julio. Celebración de la mañana. 2º de la Feria. Aproximadamente las tres cuartas partes de la entrada sobre la capacidad autorizada.
Noble y anodino fue también el quinto cuajado y bello, de Barcial, incomprensiblemente recompensado con la vuelta al ruedo. Aunque el caballo fue tirado desde lejos hasta cuatro veces y empujado durante el encuentro con el picador, luego se soltó, una muestra inequívoca de gentileza.
El tercero, de Dolores Aguirre, con el fondo hundido, pero poca fuerza y un calamocheo molesto, también movido, y el último, de Los Maños, con mucha vivacidad.
Y así, derrotado, Francisco Montero abandona las arenas de Céret. Honorable, valiente y enorme fue su apuesta. Tan grande como el pesar con el que regresó a casa. Los Ordagos, como las armas, los lleva el diablo.