GP de Japón: Verstappen restablece el ‘statu quo’ | Fórmula 1 | Deportes

Hasta hace una década, en aquellos tiempos en que la cara más reconocible de McLaren era la de Ron Dennis, se instaló en el imaginario colectivo la idea de que no había equipo en la Fórmula 1 que revitalizara más y mejor sus bólidos a lo largo de la temporada que el de Woking. Esa creencia siguió vigente hasta poco después de la primera coronación de Lewis Hamilton, en 2008, el último título de pilotos que se expone en el Technology Center, la emblemática sede de la escudería, vendida a mediados de 2021 a la empresa americana Global Net Lease (GNT), por unos 197 millones de euros. Después aparecieron Red Bull –cuatro dobletes entre 2009 y 2013– y Mercedes –otros siete, entre 2014 y 2020, ya en la era híbrida–, que impusieron un cambio de paradigma y forzaron a McLaren a buscar una alternativa para no depender de Mercedes como suministrador de motores, al considerar al constructor alemán un rival directo.

Aquel volantazo que implicó la alianza con Honda (2015) anticipó el punto más bajo de la estructura británica, que aquel curso finalizó en la penúltima plaza de la estadística reservada a los constructores. Fue en Suzuka, precisamente, donde Fernando Alonso canalizó su frustración a través de una expresión que se hizo famosa: “¡Esto es un motor de GP2!”. Y es precisamente en el trazado japonés, ocho años después, donde McLaren confirmó la enorme progresión que ha llevado a cabo en este 2023. Oscar Piastri y Lando Norris finalizaron la cronometrada de este sábado el segundo y el tercero, a medio segundo y seis décimas, respectivamente, de la pole de Max Verstappen, que restableció el statu quo tras la pájara de hace unos días, en Singapur. Checo Pérez fue quinto, Carlos Sainz ocupó la sexta plaza y Fernando Alonso, la décima.

Ningún equipo ha mejorado tanto como McLaren desde la primera parada del calendario. En 15 carreras, el margen del primero de sus coches respecto del autor de la pole se ha ido reduciendo drásticamente y de forma muy progresiva. En Bahréin, la cita inaugural, Norris se quedó a 1,6 segundos de Verstappen. En Bakú, la cuarta prueba, la diferencia pasó a ser de nueve décimas, para reducirse a medio segundo en la séptima, en Montmeló. Un mes después, en Silverstone, Norris arrancó desde la primera fila, tras finalizar la eliminatoria definitiva (Q3) a solo dos décimas de Mad Max. La semana pasada, la segunda posición que el corredor de Somerset defendió ante los achuchones de los Mercedes en el circuito de Marina Bay, terminó de ratificar el paso adelante dado por la tropa británica, a partir de la reorganización aplicada al organigrama técnico el último año.

La salida de James Key como máximo responsable de diseño de McLaren motivó a Zak Brown, el director, a sacudir la jerarquía de los monoplazas papaya, descontento por encima de todo con el ritmo de optimización del coche con el campeonato en marcha. En vez de una única cabeza visible, el ejecutivo creó una tricefalia que todavía no ejerce en su totalidad. La división se ha hecho entre los departamentos de aerodinámica, de rendimiento y de ingeniería. En la primera se ha colocado a Peter Prodromou, una eminencia que durante muchos años trabajó junto a Adrian Newey; mientras que en enero de 2024 se incorporará David Sánchez para liderar la segunda (rendimiento), después de confirmarse hace unos meses su marcha de Ferrari. Cuando Brown se enteró de la posibilidad de pescar otra pieza clave de Red Bull se tiró a buscar a Rob Marshall, jefe de diseño y uno de los hombres de confianza de Newey, que se hará cargo del área de ingeniería, esto es, donde las ideas empiezan a tomar forma. Los tres reportarán a Andrea Stella, un ilustre del paddock con una dilatadísima trayectoria, que ha ido de la mano de monstruos como Michael Schumacher y Fernando Alonso, en Ferrari. “A pesar de no centrarlo todo en un único director técnico, era necesario elegir a alguien que tomara las riendas. Andrea, por su carácter, es la persona ideal para ese puesto”, resalta Brown, en declaraciones a Autosport. Un tipo de esos que tanto le gustan al norteamericano, más conocido por su obra que por sus palabras.

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