La pandemia golpea a los refugiados | Planeta futuro

La pandemia golpea a los refugiados |  Planeta futuro

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Oumar es un niño argelino que llegó en barco a la costa de Almería porque padece una enfermedad grave y en su país no tiene acceso a la asistencia sanitaria. Después de conseguir un lugar en un centro de recepción de refugiados de la Cruz Roja, el equipo comenzó a trabajar para recibir tratamiento. La desventaja es que en medio de una pandemia, la mayoría de las citas se hacen por teléfono. Y en las pocas reuniones presenciales a las que asiste, no se permiten acompañantes. Ni siquiera un traductor, en tu caso.

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Evidentemente, el joven Oumar está frustrado porque no se lleva bien con su médico. Siente que la vida se complica, que su recuperación no llegará nunca, se pone ansioso y todo está ligado a una depresión con varios intentos de suicidio. Cuando se dieron cuenta de la situación, el equipo psicológico del centro de acogida acudió en su ayuda. En coordinación con la salud mental, ya han logrado que se adhiera a un tratamiento que le permite llevar una vida normal.

Esta historia muestra cómo, aunque la pandemia nos ha causado estragos a todos, el impacto es aún mayor entre los más vulnerables. Entre ellos, los refugiados.

Si bien aún no se conoce el impacto global total de la pandemia, está claro que el número de solicitantes de asilo ha disminuido significativamente. Y eso no es realmente una buena noticia. Porque todavía hay un gran número de personas en situación de impotencia, atrapadas en países de tránsito sin protección y sin un medio seguro para viajar y para ejercer su derecho de asilo.

Se reconoce la condición de refugiado a toda persona que, por temores fundados de ser perseguido por motivos de raza, religión, nacionalidad, opiniones políticas, pertenencia a un determinado grupo social, género u orientación sexual, se encuentre fuera del país de nacionalidad. O no puede o, por estos temores, no quiere acogerse a la protección de este país, establecida por la Ley 12/2009, de 30 de octubre, que regula el derecho de asilo y protección subsidiaria.

Según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, 82,4 millones de personas fueron desplazadas por la fuerza a finales de 2019, solo 20,7 millones como refugiados. Los conflictos armados, las crisis humanitarias, los desastres naturales, las violaciones de los derechos humanos y los altos niveles de violencia son las principales razones por las que huyen de sus países de origen.

En 2020, la Unión Europea tramitó 471.300 solicitudes de asilo, un 32,6% menos que en 2019. Esto se debe a los efectos de la pandemia y al fortalecimiento de los controles fronterizos para contener la migración. Solo se salvaron las llegadas a Canarias por vía marítima, que aumentaron un 116% respecto a 2019.

Según la Oficina de Asilo y Refugio del Ministerio del Interior, en 2020 las solicitudes de protección internacional formalizadas en España fueron 88.762 (un 25% menos que en 2019), de las que 4.360 fueron a favor de la condición de refugiado y 1.398 a protección subsidiaria.

El sistema de acogida cuenta con una red estatal conformada por Centros de Acogida de Refugiados (CAR) dependientes de la Dirección General de Programas de Protección Internacional y Ayuda Humanitaria, y centros de acogida en otros sistemas gestionados por entidades subvencionadas por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migración.

Cruz Roja gestiona 2.713 plazas de acogida a través de equipos multidisciplinares que intervienen proporcionando cobertura de vivienda y manutención, apoyo legal, psicológico, laboral, de aprendizaje de idiomas o traducción, con el fin de promover la autonomía e integración de estas personas.

La pandemia ha paralizado los planes de vida de la familia Escobedo. Esta familia, formada por la pareja y las dos hijas de Colombia, huyó de su país bajo coacción recibida de las FARC. Cuando llegaron a España, solicitaron asilo, le dieron una plaza en nuestro centro, donde se prepararon para empezar una nueva vida. Esperaban trabajar en la industria hotelera, se habían formado como ayudantes de cocina. Pero cuando se declaró el estado de alerta, tuvieron que volver a solicitar ayuda económica y permanecer en el centro.

Este año pandémico ha traído grandes desafíos a los niveles de trabajo, economía, salud y educación. Lo vivieron con especial dureza.

Este año pandémico ha traído grandes desafíos a los niveles de trabajo, economía, salud y educación. Y los refugiados lo vivieron particularmente duro

Desde el punto de vista educativo, el confinamiento ha reducido el acceso y la participación en las actividades educativas. Fatou es una niña marfileña de 6 años que llegó al centro acompañada de su madre huyendo de la mutilación genital. Cuando llegó, no podía salir a la calle, no podía ir a la escuela y apenas hablaba español. Los educadores ayudaron a Fatou y a su madre analfabeta digital con sus deberes a través de la plataforma digital.

Esta situación de encierro y el uso de Internet también ponen en peligro a los menores víctimas de ciberacoso, como Samia. La joven de 14 años de Mali llegó con su madre al centro de migración de Cruz Roja en Almería, huyendo de un matrimonio forzado que su padre había concertado. Desde el centro se le brindaron apoyos digitales para que pudiera comenzar a realizar actividades de aprendizaje, como aprender español. Este apoyo de la educadora permitió detectar que la joven fue acosada por varios hombres a través de conversaciones altamente eróticas. El equipo psicológico trabajó con Samia, que pudo ir a la escuela, y trabaja con la madre para controlar y evitar factores de riesgo con Internet.

Los sistemas de salud también están sobrecargados, con acceso limitado y apoyo telefónico, lo que dificulta la obtención de atención médica. Como le pasó a Oumar, el chico argelino del que hablábamos al principio.

Para colmo, el bloqueo ha dificultado la detección de casos de violencia de género. Samira y Mohamed abandonaron Marruecos huyendo de las represalias por profesar la religión cristiana. Cuando llegó al centro, Mohamed empezó a aprender español y a tomar clases para buscar trabajo mientras Samira se quedaba en casa. Durante el encierro empiezan a surgir cada vez más conflictos de convivencia y Mohamed ataca verbalmente a Samira. Como se cancelaron todas las actividades grupales presenciales, Samira se sintió sola ante esta situación. Se tomó el tiempo de verbalizarlo, recibiendo desde ese momento todo el apoyo de su equipo de referencia.

Los refugiados que, recién llegados a España, están iniciando un proceso de integración y autonomía requieren de un mayor esfuerzo y apoyo de los recursos sociales, la población y de instituciones como Cruz Roja. Personas como Oumar, Fatou o Samira, que huyen de su país en busca de protección, afrontando todas las situaciones adversas que han vivido con la mayor resiliencia posible, se encuentran ante una situación de pandemia a su llegada que frena su proyecto migratorio.

Este articulo fue publicado originalmente en The Conversation.

María del Mar Jiménez Lasserrotte Ella es profesora asistente médica. Departamento de Enfermería, Fisioterapia y Medicina. Facultad de Ciencias de la Salud, Universidad de Almería. Fuensanta Pérez Álvarez, trabajadora social, responsable del programa de atención a refugiados y directora de la Centro de Migraciones de Cruz Roja Española en Almería, colaboró ​​en la redacción de este artículo.

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