Movimientos sociales: una democracia de adversidad | Opinión

Movimientos sociales: una democracia de adversidad |  Opinión
Foto de archivo de 2018 de una movilización de «chalecos amarillos» en París.Foto: Getty

Las encuestas de opinión, las estadísticas o las grandes teorías no son suficientes para descifrar la caja negra de las expectativas, la indignación y los miedos que nos habitan hoy. Debemos conocer y tener en cuenta los sufrimientos, dificultades y obstáculos que de repente pueden interrumpir nuestra vida hasta el punto de arruinarla. De las adversidades que sufrimos surgen emociones – resentimiento, odio, indignación, amargura – casi siempre negativas, que condicionan actitudes y comportamientos y con frecuencia favorecen el voto de los grupos populistas.

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Este es el punto de partida del historiador y sociólogo francés Pierre Rosanvallon, eminente especialista en disfunciones democráticas, para comprender las movilizaciones sociales más recientes, del chalecos amarillos a MeToo, a través de Black Lives Matter. Su libro Las pruebas de la vida (Les adversités de la vie), publicado por Seuil, en el que desarrolla su planteamiento original de la desafección política, aparece siete meses antes de las elecciones presidenciales francesas, donde esperamos un despliegue inusual de la política de las emociones.

Hay tres tipos de adversidad según la clasificación de Rosanvallon. La primera es la adversidad del individuo y su integridad, que deshumaniza a hombres y mujeres. El segundo, el del vínculo social, en el que las adversidades surgen de una jerarquía social o de formas de dominación colectiva y se definen en tres patologías de la igualdad que son el desprecio, la injusticia y la discriminación. Y el tercero, el de los vaivenes de la incertidumbre, que van desde los accidentes de la existencia -pobreza, precariedad, enfermedades graves- hasta pandemias, cambio climático o riesgos geopolíticos.

El historiador quiere conocer este asunto subjetivo sobre una base que no le proporcionan los instrumentos convencionales y objetivos. También quiere recuperar un territorio ocupado por populismos de derecha o de izquierda, auténticos “emprendedores emocionales”, que han entendido el papel de los sentimientos en la política y han construido con ellos sus programas normalmente destructivos. Lanza así la difícil idea de una democracia que se haga cargo de las adversidades y permita que «los ciudadanos comprendan objetivamente las incertidumbres» y los políticos las gobiernen. Puede que sea solo un sueño intelectual, pero no habrá forma de gobernar de manera decente y democrática en la era de la angustia global que estamos introduciendo si no los conocemos y tratamos de politizarlos, sentimientos que nos movilizan.