Poder judicial: Tomando en serio la Constitución | Opinión

Poder judicial: Tomando en serio la Constitución |  Opinión
El presidente del PP, Pablo Casado, este viernes en Alhaurín el Grande (Málaga).Alex Zea / Europa Press

Al parecer, según lo recogido en este diario de fuentes del PP, en este partido se cree que la renovación de las instituciones no concierne a la gente. Lo que realmente les importa es el precio de la electricidad. La verdad es que cuesta creer que a la ciudadanía no le importe la vulneración de los mandatos constitucionales, lo que pasa es que con el otro es más fácil oponerse. Porque explicar por qué no están haciendo lo que deberían los pone en una actitud defensiva, en la que el Gobierno sigue en condiciones normales, como es el caso del actual aumento de la electricidad. Y, sin embargo, el PP volvió a la cuestión de la no renovación con un celo resucitado. Quizás porque piensan que ahora, después de cambiar su argumento, finalmente han encontrado una racionalización inmejorable. Recordemos que la negativa al inicio se basó en la necesidad de excluir a Podemos del elenco de jueces. Hoy justifican su inacción con el argumento de que lo hacen para defender la independencia del poder judicial.

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El caso es que visten la toga de la institución cuando en realidad están metidos en la política partidista. Por qué esto es así es obvio. En un país como el nuestro, tan marcado por la judicialización de la política, el nombramiento de ciertos jueces -los de la Corte Suprema, por ejemplo- es estratégico. Más aún si un partido determinado, como el propio PP, tiene causas abiertas. En principio, no debería ser así, pero la experiencia nos dice lo contrario, y las partes lo saben bien, tanto en casa como en el extranjero; recuerde las disputas en los Estados Unidos sobre la elección de los miembros de su Corte Suprema. La cuestión es que restringir la elección de los miembros del CGPJ atribuidos a los tribunales a los propios jueces no serviría en principio para garantizar su neutralización política, sino para trasladar el sesgo político mayoritario de los jueces al propio Consejo. De ahí el entusiasmo con el que el PP ha abrazado esta iniciativa, porque es muy consciente de la naturaleza de este sesgo. Detrás de una propuesta aparentemente neutral se esconde un evidente interés político.

Diremos que es lo mismo para explicar el rechazo a la propuesta por parte del gobierno, pero al menos tiene la ventaja de la legalidad. Y sentido común: ¿qué es lo que significa que una ley no se aplicará hasta que no haya sido modificada? ¡Y hemos tenido la culpa durante tres años! Hazlo primero y luego veremos.

Mi punto, sin embargo, trasciende esta guerra de trincheras en curso entre estas dos partes. Sobre todo porque son ellos los que más se enorgullecen del sentido del Estado y del respeto a la Constitución. Ahora, la cuestión de la monarquía vuelve a los dos. El relanzamiento del debate en torno al CGPJ coincidió con la filtración de las investigaciones de la fiscalía de TS sobre el Rey Emérito. Tendremos que dar los siguientes pasos, pero el horno de brioche no está, vamos a entrar en el que seguramente será, con el desafío catalán, el momento más delicado para las instituciones de 1978. Si queremos dejarnos guiar por esto lo que se vio en el debate anterior, se espera más enfrentamientos cruzados y, probablemente, una defensa de instituciones contaminadas por intereses partidistas. El consenso de antaño se ha convertido en una burda disensión metodológica.