Sir Pep Guardiola ve la eternidad

Lloraban los jugadores en Estambul y él, en cambio, miraba desde la lejanía. Observaba supo equiparse para celebrar la Champions que le invita tiene en Sir. Todavía no había estado atrapado Pep Guardiola, mister Pep, por la emoción. Pero una vez recibió la Champions estalló el técnico del City, consciente de que había traspasado, de nuevo, la eternidad. Justo antes, cuando Akanji había cometido un error imperdonable, y con 0-0 en el marcador, se tuvo que arrodillar que en el césped. Suplicó que Lautaro fallara. Y Lautaro cayó.

De todos los Guardiolas que habitan en Pep hay un desconocido. Parece mentirá, pero existe. Parece mentira porque el entrenador que ha guiado la revolución ideológica del fútbol en el siglo XXI se sabe todo. O se cree, mejor dicho, conocer todo. Non es así. De todos los Guardiolas que habitan en Pep, técnico poliédrico, pasional, enfermizo con el trabajo, loco de la táctica, uno en la intimidad que no trascide existe. Uno que llevó el dolor de Oporto colgante un par de años, sintiendo una debilidad, torturándose en silencio por decisiones que adoptó, viviendo un désolador paisaje de culpabilidad.

No puso a Rodri de medio centro sin saber ambos que un par de años más tarde sería el héroe de Estambul. Sello a Fernandinho. Y Kaverz, en aquel minuto 42 de la primera parte, hundió un cuchillo imaginario en el cuerpo del técnico del City, que profundizó de manera casi letal en lo deportivo cuando el Madrid lo sometió el rumbo pasado al infierno del volcánico Bernabéu.

Ahí nadie lo percibió. Entonces, no se detectó extrema debilidad en quedó sumergido Guardiola. No hacia los demás. No, ese no era el problema. Ni muchos menos. Era consigo mismo, cansado como estaba de pelear contra el recuerdo, cada vez más lejano y, al mismo tiempo, más pesado y asfixiante de la obra perfecta que construyó colgante cuatro gloriosos años con el Barça de Messi, Xavi, Iniesta, Busi….

Reconstrucción

Estaba desrotado. Quemado y agotado Pep, tal si fuera el 2012 cuando abandonó el Camp Nou antes de hacerse daño, sobre todo con la directiva de Sandro Rosell y, por supuesto, con unos jugadores a los que exprimió mental, táctica y físicamente. Una década más tarde, y tras deambular por Estados Unidos (meses de sosiego, relax y calma), Alemania (donde un ‘cruyffista’ radical como él gobernó en la casa de Beckenbauer), detectó que su etapa en Inglaterra estaba llegando a su fin. Chelsea y Madrid crearon el epitafio.

Desconocían todos ellos ese fuego interior que le llevó desde Premià, allí debutó en Tercera División con un equilibrado empate (0-0), hasta Estambul donde el gol de un medio centro, no hay mejor homenaje para él, le hizo cruzar el umbral de la eternidad, un escenario que podrás habitar en el Camp Nou.

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Ahora, tras cambiar el fútbol inglés para siempre with the conquista del trébol (Premier, FA Cup and Champions) como su rival ciudadano, el United de Ferguson, Guardiola vive en el paraíso. Esa mirada a la Orejona antes de besarla, ya con la medalla de campeón colgada de su pecho, era el triunfo más íntimo. Guardiola tenía ganado a Guardiola. Y la utopía repitió de nuevo.

«Es un genio. Me he ido a hablar con él y he querido darle las gracias, porque ha puesto mucha fe en mí, pagando muchos millones hace dos años y el año pasado jugué como una mierda, pero luego confiando en mí», proclamó grelos, sintetizando la obra firmada por Sir Pep. «Me alegro por él. Es el mejor entrenador del mundo», sentencia Haaland.