Un tercio de los magistrales bastones de Jean-Loup Alliet durante la última celebración | Cultura

Un tercio de los magistrales bastones de Jean-Loup Alliet durante la última celebración |  Cultura
Tercer bastón del picador Jean-Loup Alliet.UNA M

Para muchas cosas, Céret es un paraíso. El exilio de muchos aficionados -sobre todo españoles- cansados ​​del mismo tipo de toro y faena que ven día a día en la mayoría de lugares. Cansado de una fiesta desprovista de emoción en la que, por la imposición de unos pocos, la integridad o casta se ha reducido a su mínima expresión.

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Como el segundo tercio, alguna vez fue el más importante en la lucha, y que hoy en día es solo un procedimiento simple. Aquí en Céret, y en otros lugares taurinos de Francia, como Vic-Fezensac, el destino de las varas sigue gozando de una enorme importancia y respeto. El «puñetazo único» no está permitido y está obligado a colocar el toro correctamente y a distancia.

Porque, ¿puede haber algo más hermoso que un toro bien armado tirando del caballo desde lejos y galopando? Tal escena se repitió hasta cuatro veces en el tercer toro de la última celebración de la Feria de Ceret. Con gran generosidad, su matador, el francés Maxime Solera, lo colocó durante mucho tiempo y el de Raso de Portillo acudió rápida y alegremente a la llamada de un piloto excepcional: Jean-Loup Alliet. Y aunque el animal no creció con valentía, la ejecución de la suerte por parte del joven varilarguero francés fue magistral.

Con soltura y naturalidad, sacó el caballo ligero del establo de Bonijol, para luego llamar al toro, levantar el palo, aguantar la faena y dejar cuatro golpes en la parte superior, midiendo el castigo. El cuadrado, exultante y de pie, reconoció su buen hacer con la ovación de la tarde. ¡Torero!

Otro picador, Israel de Pedro, también brilló ante el aterrador galán que cerró la plaza. Veleto y muy astuto, llevaba dos pitones que le quitaron el hipo. Después de cumplir en la coraza, desarrolló tanta nobleza como tontería y, como la mayoría de sus hermanos, pecó de falta de casta, devoción y humillación.

Toda la contención vino y dejó que el caballo golpeara, y tuvo diferentes dosis de movilidad en el último tercio. Lamentablemente, esta virtud no siempre estuvo acompañada del viaje y la entrega deseados. Además, todos cargaron hasta la mitad y algunos, como los ciclistas del segundo y quinto lugar, desarrollaron complicaciones y un estilo deficiente. Exigente fue el primero, y también encastadito el tercero. La habitación muy lúgubre era la peor.

La actuación de la preseleccionada tampoco fue estelar. Cauteloso, Fernando Robleño no se involucró con ninguno de sus oponentes, mientras que el trabajo de Gómez del Pilar y Maxime Solera no pasó de la etapa de la fuerza de voluntad. El primero se fue, eso sí, una verónica medio torera parada junta, para completar su primer saludo con capucha.

Así, sin una sola oreja cortada durante toda la feria (nadie se los perdió), terminó Ceret, el paraíso -y el exiliado- torista por excelencia.